Una unión eterna
Existe un concepto de “entrar en una unión” cuando las partes firman el compromiso de tratarse bien en el futuro, si la relación se malogra, si surgen problemas o malos entendidos, si irrumpe el odio, o la falta de entendimiento viene a reemplazar al entendimiento. Y si caigo en tal estado, en que me parece evidente que el otro lado se ha convertido en mi enemigo, de todas formas lo voy a tratar como a un amigo conforme al acuerdo que alguna vez firmé con la otra parte. Esto constituye la fortaleza de la unión.
¿Cuándo es posible integrarse a esa unión? Cuando somos muy cercanos y nuestros atributos son armoniosos, entonces podemos entrar en esa asociación. No la necesitamos ahora, pues existe entendimiento entre nosotros e incluso amor. Pero, firmamos el acuerdo en caso en que lleguemos a sentir oposición y odio, entonces tengo la obligación de mantenerme en esa relación por la fuerza.
En otras palabras, puedo “caer” y ver que tú y yo nos odiamos, y aún así necesito tratarte como antes. Sé que todo depende de mí y toda la realidad fuera de mí está unificada y es perfecta. De ahí es de donde proviene el concepto de la unión: confío en el hecho que todo los cambios me ocurren solamente a mí: los buenos y los malos. Todo depende de mi punto de vista de las cosas pues “Cada cual juzga de acuerdo a sus propias deficiencias”.
Por lo tanto, cuando firmo un acuerdo de unión, establezco y me enfoco en el hecho de que el mundo es bueno y perfecto y todos los cambios ocurren solo dentro de mí. Esta es el fundamento de la unión espiritual y existe eternamente. Nuestros patriarcas (los cabalistas del pasado) entraron en una unión así habiendo corregido sus partes del alma común que se llama, “el mérito de los padres”. Y nosotros podemos emplear este mérito si nos unimos a ellos y volvemos al estado de unión que existe entre ellos.
(Extracto de la cuarta parte de la lección diaria de Cabalá del 3 de junio 2010. El mérito ancestral).
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