El camino espiritual no es fácil y se compone de ascensos y descensos. No es un camino asfaltado y liso, sino lleno de baches. Hasta que avances, vas a saltar por un largo tiempo en el mismo sitio y toparte con múltiples problemas y obstáculos. A cada paso aparecen complicaciones o desperfectos: los neumáticos no tienen la suficiente presión, o no arranca el motor, el combustible se consume rápidamente, el conductor se duerme al volante, etc., etc. Pero que le vamos hacer: así es el camino.
O de repente tu asno (la materia egoísta, el asno en hebreo, Jamor, viene de la palabra Jomer, materia) se detiene a la mitad del camino y no deja pasar al auto. Tienes que apartarlo del camino; pero intenta a mover al asno. Le pegas, no se mueve; le enseñas una zanahoria, no se mueve; necesita una motivación más fuerte. Hasta que no cargues tú mismo con tu asno, no se apartará de tu camino. Y no avanzas. O, como aconsejan los cabalistas, ¡dale en el hocico!
Y así aparecen cada vez nuevos problemas, hasta que no cae atravesando el camino el árbol de la vida. Entonces tendrás que salir ya de la autopista y rodear este árbol. Y después desciende la neblina sobre el camino. ¿Qué hacer? Te encuentras dentro de una niebla espesa; no se ve nada, no ves hacia adonde ir. No sabes si hay o no un camino adelante…
Es un trabajo muy difícil, particular, un trabajo elegido como el trabajo para el hombre. ¡Para quien realmente desea ser el hombre! ¡Un camino elegido para la gente elegida!
(Extracto de la lección según el artículo de Rabash, correspondiente al 14 de junio 2010)
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